martes, 20 de marzo de 2018

El regreso - V.2.0

Todo empezó cuando me comunicaron que había sido elegido para la primera misión tripulada a Marte. Por fin la humanidad se había decidido a dar el gran paso, y yo tenía asiento de primera fila en la Épsilon.

Había transcurrido un día y todo iba según lo programado. De repente escuché algo. Un fino zumbido. Pronto, ese zumbido, se transformó en un dolor punzante. Cerré los ojos en un vano intento por evitar aquel sufrimiento. No sé qué ocurrió en ese instante, pero al mirar de nuevo a mi alrededor, ya no estaba en la Épsilon.

Me encontraba en el centro de una sala blanca. De pronto, por una puerta que surgió de la nada, entró un hombre al que jamás había visto. Me miró y me saludó. El traje que llevaba no se asemejaba a nada que hubiese visto antes. Demasiado perfecto, era como una segunda piel. Me hablaba con total tranquilidad. No le prestaba atención, pero entonces dijo algo que me heló el alma - Hace 347 años desde vuestro último contacto. - me desmayé.

Cuando volví en mí, seguía en la misma estancia. Allí estaba ella. Usaba un atuendo idéntico al que había visto antes. No dijo nada, sencillamente me miró. Un pensamiento me invadió - No temas, descansa. - Caí en un pesado sueño.

Había pasado sólo un par de horas. Estaba completamente despierto y me sentía mejor que nunca. De nuevo, se abrió la puerta. Un soldado, con un uniforme que parecía sacado de una película cutre de serie B, me hizo un gesto para que le acompañara. Lo seguí.

Me llevó ante la mujer. Era alta, de un metro ochenta aproximadamente. Era de complexión atlética. No tenía cabello. Sus ojos eran verdes, y cuando me miraba parecían clavarse en lo más profundo de mi ser. Resultaba casi imposible soportar su mirada.

Me explicó que a los tres días de partir hacia Marte, estalló una guerra en la Tierra. Se hizo uso de arsenal atómico. Aquel desastre supuso la casi total aniquilación de la vida del planeta.

Por suerte para los pocos supervivientes que quedaron, una raza alienígena que nos vigilaba, actuó. Pudieron salvar lo poco que quedaba del maltrecho Planeta Azul. Pero la tecnología que emplearon provocó un daño colateral, se originó un vacío en el continuo espacio tiempo, que hizo que estuviésemos vagando, perdidos por el espacio, 347 años.

Ella se llamaba Altea.

Cuando Altea me indicó donde se encontraban mis aposentos, decidí intentar verificar lo que ella me había contado. Desde mi habitación no se veía demasiado, solo el interior de un recinto rodeado por una barrera de energía, tan alta como un rascacielos. En el centro, una edificación con una cúpula en forma de diamante.

Algo llamó mi atención. Vi a uno de mis compañeros de la misión escoltado por dos soldados. De pronto, intentó salir corriendo, ganó distancia, pero no la suficiente. Dos rayos le alcanzaron. No quedó nada de él, solo una humareda que se desvanecía en el aire.

Aterrorizado, seguí asomado por la ventana para encontrar la manera de salir. De pronto, vi un transporte dirigiéndose a la barrera. Sin ningún problema, la atravesó. Tenía que hacerme con un vehículo.

Abrí la puerta de mi habitación. Salí, y vi a Altea. Me acerqué a ella en silencio, por la espalda. Si la atrapaba sería más fácil. A menos de dos metros, algo me sacudió por la espalda.

Recuperé el sentido cuando el guardia me arrastraba. En ese momento, le robé el arma y le golpeé. Cayó al suelo, y cuando se disponía a atacarme, le disparé.

Y repetí mi plan. Era extraño. Supuse que habría una mayor presencia armada, pero no. Allí estaba ella, sola, sin guardias. Me acerqué. La cogí por el cuello. Tenía a su líder.

Nadie se interpuso. Llegamos hasta el vehículo de transporte, cuando Altea empezó a hablar en mi mente.

- No habéis aprendido nada, siempre seréis una raza inferior.

Con fuerza sobrehumana me lanzó por los aires, para luego abalanzarse sobre mí. Había perdido mi arma y no pude oponer resistencia. Se estaba metiendo en mi cerebro. Luchaba, Altea trataba de destruir mi mente.

Se desvaneció en el aire. Subí al vehículo, y escapé de allí a toda velocidad con las pocas fuerzas que me quedaban. Miré hacia atrás, y vi como mi otro compañero era abatido por la guardia. Él había acabado con Altea.

Traspasé la barrera exterior, pero el carguero quedó inutilizado. Algún tipo de sistema de seguridad había inhabilitado mi transporte. Examiné el interior rápidamente. Encontré un arma, como la que había perdido en mi lucha con Altea.

Así me alejé de allí, a pie.

Y pasaron días. No me quedan fuerzas. Allí iba a morir, tumbado sobre los restos de lo que antaño fue mi hogar, mirando al cielo. No quedaba nada. Llevé el arma a mi sien y disparé.

Y desperté. Me encontraba de nuevo en la bodega de la Épsilon, rodeado de científicos. Me sentía perdido. Uno de ellos me explicó que había formado parte de un experimento. Un prototipo del "Sistema de Ilusiones". El fin último, era provocar que la víctima acabara con su propia existencia ante el sufrimiento que experimentaba. Si fallecía en la ilusión, el cuerpo del sujeto, también lo hacía en la realidad.

Te sacamos antes del fin, dijo uno con una risotada que estalló en mis oídos. Según ellos, había sido elegido en la Tierra por mis cualidades de entre miles de posibles candidatos.

Mientras celebraban su victoria, no se percataron de cómo me alejaba, ni de cómo me acercaba al panel de control de la nave, una sola palabra cruzaba por mi mente, “prototipo”. Introduje el código de acceso a los sistemas de seguridad de la Épsilon, y pulsé el botón rojo.

Una explosión iluminó el espacio. El fin.

Había muerto, eso pensaba, pero estaba flotando en la inmensidad del espacio mientras una luz me envolvía. Y de nuevo oí su voz.

- Me equivocaba, quizás sí hayáis aprendido algo.

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